Summer Monkey
SENTIR ANTES QUE COMPRENDER. Por Sema D,acosta.
I
Hay un cuadro inquietante de Miguel Ángel Concepción (Isla Cristina, Huelva, 1966) que encierra una paradoja interesante, un hipérbaton visual que más que una contradicción, es un puente bien trazado que aglutina dos conceptos opuestos potenciados al unirse. Su obra Savonarola 2006 es un autorretrato encubierto donde el artista a modo de cardenal viste un bonete y un ostentoso mantelete color bermellón. La postura arrogante de la figura, su porte distante y su lujoso traje, dejan al descubierto la soberbia de un poder eclesiástico que basa en el exceso mucho de su éxito. Pero esta imagen del humilde monje dominico vestido con gran pompa religiosa es un irónico imposible, un guiño irrealizable opuesto a los exacerbados ideales de pobreza y desposeimiento que predicó Savonarola, obsesionado con que las veleidades terrenales y el paganismo eran un camino equivocado hacia el Fin del Mundo. Cuando el Papa Alejandro VI le ofreció un cargo como dignatario de la Iglesia con la intención de disuadirle de su anticlericalismo e incapacitar así sus arremetidas contra la Santa Sede, Savonarola rehusó ofendido en un gesto de desafío a la Iglesia, no quería saber nada de una institución que trastocaba la verdadera vida cristiana y se entregaba al lujo, al derroche y a la depravación. Lógicamente un perturbador radical de su fuerza, que se pronunciaba sin miedo contra la degeneración y el poder, era un peligro para el sistema católico, cuya jerarquía acabará condenándolo a muerte para escarmiento público.
Mezclar estas dos ideas contrapuestas - de un lado el boato formal y el derroche que significan las vestiduras de los prelados consistoriales, y del otro la pureza moral alabada por el austero monje -, es un inteligente efecto de sensaciones enfrentadas; impresiones que partiendo de la fuerza visual de los púrpuras intensos de un cónclave cardenalicio2, llega hasta la desnudez de la conciencia interior (estado espiritual que preconizaba el dominico) como prueba de honradez suprema y entrega artística.
II
Savonarola nació en septiembre de 1452, según dicen el mismo mes y el mismo año que Leonardo da Vinci. El dominico murió ahorcado en la Plaza de la Signoria ante un público que entre expectante y enfervorizado se admiró ante la entereza del predicador ascético. Su cuerpo fue quemado y sus cenizas fueron arrojadas al Arno por miedo a los buscadores de reliquias. Era finales de mayo, las primeras chicharras empezaban a oírse con timidez desde la campiña toscana y esa tarde el cielo estaba fieramente encapotado.
Leonardo, al que sus contemporáneos contemplaron como un ser misterioso y al que en vida habían admirado más que comprendido, falleció plácidamente cerca de Amboise, en Francia, lugar al que se había desplazado como miembro invitado de la corte del rey Francisco I. Era principios de mayo, y esa mañana en el castillo de Cloux, al sur del valle del Loira, el cielo estaba sosegadamente limpio.
III
El rojo llameante de la hoguera donde ardió el espíritu de Savonarola, es el color encarnado que ha elegido Miguel Ángel Concepción para desarrollar su nueva etapa artística, periodo que comienza con Postales desde la Atlántida, proyecto ganador en 2005 de una de las becas ‘Daniel Vázquez Díaz’ que promueve la Diputación de Huelva. El rojo es el calor y es la luz, es el fuego, la fuerza purificadora que todo lo puede con su ímpetu abrasador, mágico elemento al que de manera premonitoria alude Juan Ramón Barbancho en el prólogo de ‘Reflexiones mojadas’, uno de los primeros libros dedicados al artista onubense cuando, en los albores de su trayectoria, su obra todavía giraba en torno al mar. “Bajas a la playa y haces, con la mano o con el pie, surcos en la arena húmeda. Son formas caprichosas, sinuosas, que la mar océana, con su continuo vaivén, como la vida, intenta borrar. No lo consigue totalmente. Deja la huella del paso del hombre rellena, vivificada, por el agua intemporal. Otra vez unidos los elementos: Tierra, Agua, Aire. Falta para la creación total el Fuego. El fuego surge espontáneamente de la mano del pintor cuando une los tres elementos sobre la superficie virgen de la tela.3”
Del agua ha pasado al fuego, ha ensanchado sus dominios cambiando el registro y el elemento matriz de su creación. Ha transformado la materia originaria de sus producciones y se ha transformado a sí mismo en un incendiario de mediocridades, en un conquistador de capítulos, en un poblador de formatos que se atreve con los vídeos y con las performances convencido de que sus fundamentos necesitan nuevos territorios por los que expandirse. El corpus de su obra se dilata y aparecen, de repente, los rojos. Todopoderosos, acaparadores, mayúsculos, brillantes. Un color imprevisible con el que tropieza de manera anecdótica por una combinación de circunstancias azarosas.
Miguel Ángel Concepción desarrolló una etapa importante de su trayectoria volcado con los azules cerúleos, cromatismos náuticos y salados que partían de las profundidades del mar. Huyendo de lo matérico y buscando la sensualidad liviana de la superficie, llegó al agua mansa de las piscinas, marea apacible estabulada por la mano del hombre, superficies domesticadas donde los reflejos encendían la sugestión con movimientos suaves. Eran cuadros repletos de esmaltes cristalinos hechos con azules de Prusia, con turquesas y cobaltos. Cuando se le agotó en el estudio la gama del añil, tuvo que recurrir a los bermellones para satisfacer sus ansias de pintar, para acallar la necesidad imperiosa que tenía de asir los pinceles y enfrentarse a los lienzos. Así, de manera inesperada y prosaica, el rojo se hizo cuerpo y entró en su cabeza como una hueste arrolladora, como una tropa inmisericorde que impone sus propias normas y arramblando con todo lo anterior, condenando a los azules al destierro de la desmemoria y conduciendo al artista por sendas encendidas ocupadas por sensaciones más vivas.
Hay un cuadro inquietante de Miguel Ángel Concepción (Isla Cristina, Huelva, 1966) que encierra una paradoja interesante, un hipérbaton visual que más que una contradicción, es un puente bien trazado que aglutina dos conceptos opuestos potenciados al unirse. Su obra Savonarola 2006 es un autorretrato encubierto donde el artista a modo de cardenal viste un bonete y un ostentoso mantelete color bermellón. La postura arrogante de la figura, su porte distante y su lujoso traje, dejan al descubierto la soberbia de un poder eclesiástico que basa en el exceso mucho de su éxito. Pero esta imagen del humilde monje dominico vestido con gran pompa religiosa es un irónico imposible, un guiño irrealizable opuesto a los exacerbados ideales de pobreza y desposeimiento que predicó Savonarola, obsesionado con que las veleidades terrenales y el paganismo eran un camino equivocado hacia el Fin del Mundo. Cuando el Papa Alejandro VI le ofreció un cargo como dignatario de la Iglesia con la intención de disuadirle de su anticlericalismo e incapacitar así sus arremetidas contra la Santa Sede, Savonarola rehusó ofendido en un gesto de desafío a la Iglesia, no quería saber nada de una institución que trastocaba la verdadera vida cristiana y se entregaba al lujo, al derroche y a la depravación. Lógicamente un perturbador radical de su fuerza, que se pronunciaba sin miedo contra la degeneración y el poder, era un peligro para el sistema católico, cuya jerarquía acabará condenándolo a muerte para escarmiento público.
Mezclar estas dos ideas contrapuestas - de un lado el boato formal y el derroche que significan las vestiduras de los prelados consistoriales, y del otro la pureza moral alabada por el austero monje -, es un inteligente efecto de sensaciones enfrentadas; impresiones que partiendo de la fuerza visual de los púrpuras intensos de un cónclave cardenalicio2, llega hasta la desnudez de la conciencia interior (estado espiritual que preconizaba el dominico) como prueba de honradez suprema y entrega artística.
II
Savonarola nació en septiembre de 1452, según dicen el mismo mes y el mismo año que Leonardo da Vinci. El dominico murió ahorcado en la Plaza de la Signoria ante un público que entre expectante y enfervorizado se admiró ante la entereza del predicador ascético. Su cuerpo fue quemado y sus cenizas fueron arrojadas al Arno por miedo a los buscadores de reliquias. Era finales de mayo, las primeras chicharras empezaban a oírse con timidez desde la campiña toscana y esa tarde el cielo estaba fieramente encapotado.
Leonardo, al que sus contemporáneos contemplaron como un ser misterioso y al que en vida habían admirado más que comprendido, falleció plácidamente cerca de Amboise, en Francia, lugar al que se había desplazado como miembro invitado de la corte del rey Francisco I. Era principios de mayo, y esa mañana en el castillo de Cloux, al sur del valle del Loira, el cielo estaba sosegadamente limpio.
III
El rojo llameante de la hoguera donde ardió el espíritu de Savonarola, es el color encarnado que ha elegido Miguel Ángel Concepción para desarrollar su nueva etapa artística, periodo que comienza con Postales desde la Atlántida, proyecto ganador en 2005 de una de las becas ‘Daniel Vázquez Díaz’ que promueve la Diputación de Huelva. El rojo es el calor y es la luz, es el fuego, la fuerza purificadora que todo lo puede con su ímpetu abrasador, mágico elemento al que de manera premonitoria alude Juan Ramón Barbancho en el prólogo de ‘Reflexiones mojadas’, uno de los primeros libros dedicados al artista onubense cuando, en los albores de su trayectoria, su obra todavía giraba en torno al mar. “Bajas a la playa y haces, con la mano o con el pie, surcos en la arena húmeda. Son formas caprichosas, sinuosas, que la mar océana, con su continuo vaivén, como la vida, intenta borrar. No lo consigue totalmente. Deja la huella del paso del hombre rellena, vivificada, por el agua intemporal. Otra vez unidos los elementos: Tierra, Agua, Aire. Falta para la creación total el Fuego. El fuego surge espontáneamente de la mano del pintor cuando une los tres elementos sobre la superficie virgen de la tela.3”
Del agua ha pasado al fuego, ha ensanchado sus dominios cambiando el registro y el elemento matriz de su creación. Ha transformado la materia originaria de sus producciones y se ha transformado a sí mismo en un incendiario de mediocridades, en un conquistador de capítulos, en un poblador de formatos que se atreve con los vídeos y con las performances convencido de que sus fundamentos necesitan nuevos territorios por los que expandirse. El corpus de su obra se dilata y aparecen, de repente, los rojos. Todopoderosos, acaparadores, mayúsculos, brillantes. Un color imprevisible con el que tropieza de manera anecdótica por una combinación de circunstancias azarosas.
Miguel Ángel Concepción desarrolló una etapa importante de su trayectoria volcado con los azules cerúleos, cromatismos náuticos y salados que partían de las profundidades del mar. Huyendo de lo matérico y buscando la sensualidad liviana de la superficie, llegó al agua mansa de las piscinas, marea apacible estabulada por la mano del hombre, superficies domesticadas donde los reflejos encendían la sugestión con movimientos suaves. Eran cuadros repletos de esmaltes cristalinos hechos con azules de Prusia, con turquesas y cobaltos. Cuando se le agotó en el estudio la gama del añil, tuvo que recurrir a los bermellones para satisfacer sus ansias de pintar, para acallar la necesidad imperiosa que tenía de asir los pinceles y enfrentarse a los lienzos. Así, de manera inesperada y prosaica, el rojo se hizo cuerpo y entró en su cabeza como una hueste arrolladora, como una tropa inmisericorde que impone sus propias normas y arramblando con todo lo anterior, condenando a los azules al destierro de la desmemoria y conduciendo al artista por sendas encendidas ocupadas por sensaciones más vivas.
viernes, 17 de febrero de 2012
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Savonarola 2009 (Fragmento)
The Creature that came out from Art.
Autorretrato como Savonarola (Serie)
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Artista...
The creature that came out from art
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The Creature.
last supper of Bélmez
Transitos 7+ 1. Instalación.
Atlantida Welcome. Performance.
Nadando con David Hockney
Remolino
Nadando con David Hockney.
Atlantida. Instalación (Galería Fernando Serrano)
Trajes de Baño. Houdini (Intalación. Galería Fernando Serrano))
Transitos (Performance). Fotografías en flickr.
SENTIR ANTES QUE COMPRENDER. ll Parte. Por Sema D,acosta.
“Las referencias a los maestros, entre la reverencia y la ironía, forma parte de un complejo con el que Miguel Ángel elabora una personalísima historia del arte4” dice la antropóloga Eglantina Monteiro al referirse a su trabajo en una de sus últimas exposiciones. Y tiene razón. Los buenos artistas siempre acaban yendo al encuentro de los grandes pintores. Es algo inevitable. Por mucho que huyan, por mucho que busquen en su interior, siempre tienen que acudir a los cimientos si quieren edificar discursos sólidos. Es así, pocos inventan (la creación ad hoc es casi una quimera). Retoman, rehacen, revierten. Beber de los clásicos y de su plenitud es aprender con modestia de esquemas consagrados, de estadios mentales que han servido para construir pasadizos que han hecho avanzar nuestra cultura.
Redescubrir -reinterpretar-, es lo que hace Concepción cuando, estudiando con dedicación la Historia del Arte, recurre a la jovialidad mordaz para inventar andanzas imposibles de personajes sacados de cuadros famosos. Crea un edén imaginario donde, desvestidos y despreocupados, los protagonistas de estas reconocidas obras campean a sus anchas desentendiéndose de moralismos, resabios o complejos. Un Paraíso donde nadie es culpable de nada, y los hombres y las mujeres gozan de una existencia eterna sustentada en voluptuosidades terrenales, en placeres mundanos disfrutados con pausa por desesperados del alma. Seres melifluos, vaporosos, espíritus sugeridos que acabarán por desaparecer, produciendo en su huida apenas una marca que nos dejará constancia de su inmortalidad. Como el propio artista hace notar en clave de humor “en cierto modo son como habitantes de una isla, un nuevo lugar de descanso y reflexión donde poder caminar desnudos, donde poder contemplar sin pudor a la Madame Leblanc de Ingres, ver tomar el sol a la mismísima Gioconda con su amigo Juan Pareja u observar como se divierten igual que unos recién casados el matrimonio Arnolfini5.” El artista deconstruye los elementos que encierran la esencia reconocible de estas efigies, para llegar a conceptos nuevos menos platónicos y más libres, menos trascendentes pero más cercanos.
V
A Miguel Ángel Concepción le apasiona el Renacimiento. De entre los muchos artistas del Cinquecento, Leonardo y Rafael son dos de sus debilidades. No puede evitarlo, la capacidad tan desmesurada de uno y la extraordinaria técnica del otro le apabullan el entendimiento, le incitan a una respetuosa adoración. Estas consideraciones alrededor de los grandes creadores, son como espirales que le llevan a colarse en sus cuadros una y otra vez; volutas que le inducen a caminar con la mirada por sus adentros, paseos mentales que le sirven para intimar con los habitantes de sus interiores o descubrir recovecos desconocidos.
La Dama del Armiño (un exquisito retrato de Cecilia Gallerani), o la Mona Lisa (una primorosa imagen de la mujer de Francesco del Giocondo), guardan en los gestos toda la contención que requiere una perfecta armonía. La factura del rostro es espontánea, la luz suave y la sonrisa sugerida. Nadie ha sabido captar mejor que Leonardo los misterios de la feminidad. Si deshacemos las piezas del puzle y luego las montamos de nuevo según el parecer del artista actual, la sacralidad del icono se convierte en un juego imaginario donde los protagonistas transmutan su idealidad incorpórea en vaga veleidad carnal. Justo a la inversa de lo que hizo Duchamp con el conocido urinario: si el francés con su objet trouvé convierte algo ordinario en extraordinario valiéndose del arte como excusa, Miguel Ángel Concepción transforma figuras respetadas y reverenciadas en seres humanos vulgares y corrientes. En ambos casos lo que se pretende es una conciliación, un acercamiento entre el arte y la realidad de la vida, entre el misticismo de los las representaciones ilustres y las personas de carne y hueso.
Redescubrir -reinterpretar-, es lo que hace Concepción cuando, estudiando con dedicación la Historia del Arte, recurre a la jovialidad mordaz para inventar andanzas imposibles de personajes sacados de cuadros famosos. Crea un edén imaginario donde, desvestidos y despreocupados, los protagonistas de estas reconocidas obras campean a sus anchas desentendiéndose de moralismos, resabios o complejos. Un Paraíso donde nadie es culpable de nada, y los hombres y las mujeres gozan de una existencia eterna sustentada en voluptuosidades terrenales, en placeres mundanos disfrutados con pausa por desesperados del alma. Seres melifluos, vaporosos, espíritus sugeridos que acabarán por desaparecer, produciendo en su huida apenas una marca que nos dejará constancia de su inmortalidad. Como el propio artista hace notar en clave de humor “en cierto modo son como habitantes de una isla, un nuevo lugar de descanso y reflexión donde poder caminar desnudos, donde poder contemplar sin pudor a la Madame Leblanc de Ingres, ver tomar el sol a la mismísima Gioconda con su amigo Juan Pareja u observar como se divierten igual que unos recién casados el matrimonio Arnolfini5.” El artista deconstruye los elementos que encierran la esencia reconocible de estas efigies, para llegar a conceptos nuevos menos platónicos y más libres, menos trascendentes pero más cercanos.
V
A Miguel Ángel Concepción le apasiona el Renacimiento. De entre los muchos artistas del Cinquecento, Leonardo y Rafael son dos de sus debilidades. No puede evitarlo, la capacidad tan desmesurada de uno y la extraordinaria técnica del otro le apabullan el entendimiento, le incitan a una respetuosa adoración. Estas consideraciones alrededor de los grandes creadores, son como espirales que le llevan a colarse en sus cuadros una y otra vez; volutas que le inducen a caminar con la mirada por sus adentros, paseos mentales que le sirven para intimar con los habitantes de sus interiores o descubrir recovecos desconocidos.
La Dama del Armiño (un exquisito retrato de Cecilia Gallerani), o la Mona Lisa (una primorosa imagen de la mujer de Francesco del Giocondo), guardan en los gestos toda la contención que requiere una perfecta armonía. La factura del rostro es espontánea, la luz suave y la sonrisa sugerida. Nadie ha sabido captar mejor que Leonardo los misterios de la feminidad. Si deshacemos las piezas del puzle y luego las montamos de nuevo según el parecer del artista actual, la sacralidad del icono se convierte en un juego imaginario donde los protagonistas transmutan su idealidad incorpórea en vaga veleidad carnal. Justo a la inversa de lo que hizo Duchamp con el conocido urinario: si el francés con su objet trouvé convierte algo ordinario en extraordinario valiéndose del arte como excusa, Miguel Ángel Concepción transforma figuras respetadas y reverenciadas en seres humanos vulgares y corrientes. En ambos casos lo que se pretende es una conciliación, un acercamiento entre el arte y la realidad de la vida, entre el misticismo de los las representaciones ilustres y las personas de carne y hueso.